1991: un año dorado para la música. Pocas veces se han juntado tal cantidad de discos clásicos en un mismo año. Es decir, pocas veces se ha dado tan buena música al mismo tiempo. A finales de los 60, pero eso es otra liga. Este es el año del Grunge, un movimiento que resultó ser necesario.
¿Y eso tío? Pero si la música de los 80 molaba… Sí, pero hasta cierto punto. La música se había exagerado hasta límites insospechados, incluso absurdos, por la influencia de la MTV. Eran los tiempos del heavy de cardados, de Rick Astley y de los Depeche Mode felices. Algo espantoso. Ese modelo de música necesitaba algo opuesto que le soltara una patada en el culo.
La patada llegó en 1991: por un lado, el Thrash Metal se coló en la escena mainstream, gracias al Black Album de Metallica, que permitió el avance en tropel de grupos de Metal bastante cafre hacia el gran público como Pantera o Sepultura; por el otro lado, un contingente de grupos de Seattle convulsionó el Rock and Roll, era rock del de toda la vida, algunas cosas más punk, otras más metaleras, pero con una fuerza nihilista imparable. Sí señores, esto es el Grunge.